Nadie es responsable de las tendencias o formas que tiene nuestro cuerpo, así que ser discriminado o señalado por ello es crueldad.
Mis alumnos son todos adolescentes. Mujeres y hombres. Cuando hago actividades en las que pongo a interactuar a la sección del salón que toma clases virtuales con los que asisten presencialmente, algo me llama la atención. Se acomodan la playera, cambian su postura, buscan ponerse la sudadera de la escuela o de plano se posicionan en algún punto en el que no salgan a cuadro, porque la sensación es de incomodidad.
La mayoría se sienten inseguros de pasar frente a la cámara a exponer o compartir algo porque implica ser vistos por los otros y a la vez ver su imagen en la pantalla. Se sienten poco cómodos con su cuerpo o su peso.
Nadie es responsable de las tendencias o formas que tiene nuestro cuerpo, así que ser discriminado o señalado por ello es crueldad. Las redes sociales o la manera que la sociedad considera que se ve un cuerpo sano, son factores que corren en contra de poder aceptarnos.
Durante la adolescencia o incluso preadolescencia, el peso y complexión del cuerpo puede volverse parte central de la confianza o identidad.
El mito del índice de masa corporal
Según Nichole Kelly y otros colaboradores, en su investigación para la revista The Conversation, vale la pena revisar cuestiones genéticas, costumbres alimenticias, traumas, la relación que tienen los hijos con la naturaleza o el exterior y el ambiente en el que se desarrollan, antes de sugerirles empezar una dieta o régimen alimenticio estricto. Con esto queremos decir que si la búsqueda es por el bienestar físico y emocional de nuestros hijos, la respuesta no va por señalar su peso. Nunca.
Te sorprenderías, pero el Índice de masa corporal (IMC) que tanto nos aterra verificar no es el indicador más importante de enfermedades crónicas como la obesidad. El IMC es una cifra que señala la relación entre el peso y la altura de las personas y a muy grandes rasgos ayuda a determinar el estado de salud de la persona.
Sin embargo, ignora otros aspectos fundamentales, como la edad, el sexo, la musculatura, la complexión de la persona, o su genética. Tampoco dice nada sobre otros aspectos más relevantes como la presión arterial, o la cantidad de glucosa, insulina o triglicéridos en la sangre que pueden estar por encima del rango en personas con un IMC aparentemente “normal”.
Antes de fomentar la angustia en nuestros hijos en relación a su peso o grasa, vale la pena revisar la relación que tienen con su cuerpo. Como padres debemos contribuir a que lo aprecien tanto como para que no desarrollen trastornos alimenticios o sean afectados por la opinión de los medios y la gente a su alrededor.
Aquí recorremos algunos consejos que pueden contribuir a cambiar esta situación: ¿qué podemos hacer para que nuestra hija o hijo se sienta cómodo con su cuerpo sin fomentar malos hábitos?
1. Buenos hábitos alimenticios sí, dietas no
Como madre o padre preocupado, será mejor inculcar que tu hijo aprecie su cuerpo tal como es y ayudarle a llevar una alimentación balanceada antes de sugerirle que una dieta es la mágica solución.
“El 80% de las personas que lograron perder peso, lo recuperan nuevamente, mientras el otro 20% describe que su esfuerzo por mantenerse en el nuevo peso es tan exhaustivo como angustiante”, escriben en el artículo If you want to support the health and wellness of kids, stop focusing on their weight / Si quieres apoyar la salud y bienestar de los niños, deja de fijarte en su peso.
2. Lenguaje asertivo
Nuestro lenguaje sí puede hacer magia. Es importante que dejemos de sostener que un cuerpo sano es un cuerpo delgado o musculoso, pues hay muchas más posibilidades.
Si menos gente usara palabras como gordo o gorda, obeso u obesa, para hablar del cuerpo de personas que no tienen un cuerpo de revista, sería más sencillo para los adolescentes —para todos nosotros, a decir verdad— saber que su cuerpo está bien como es y serían detonados menos trastornos alimenticios.
3. El movimiento vs la angustia
La actividad física también es un factor definitorio aunque en este caso hablemos de ello en relación a la salud mental y no a la física. Sí, hacer ejercicio puede ayudar a tu hijo a bajar de peso, pero nuestro objetivo es que baje su angustia y ansiedad a través de mantenerse en movimiento para contrarrestar los síntomas del confinamiento.
Para esto es necesario que él o ella escojan el tipo de actividad física que quieren hacer y que nosotros como padres fomentemos que esto se lleve a cabo. Podemos lograrlo uniéndonos a dicha actividad o inscribiéndoles a clases de algún deporte.
4. Supervisa las medidas que toma la escuela
El peso o las características físicas del cuerpo de los adolescentes son una de las principales causas de bullying durante la secundaria y preparatoria (incluso antes), por lo que para que la manera de pensar de tu hija o hijo termine por cambiar será relevante que te apoyes con la institución en la que cursa sus estudios.
Acércate a los directivos de la escuela y pregunta cómo abordan temas como el bullying dentro de las normas de conducta, así cómo qué apoyo brinda el aparato de psicología para los estudiantes.
5. El consumo en redes sociales
Lo sabes tú y lo sé yo, las redes sociales afectan la manera en la que nos percibimos. Como tampoco sería lo mejor prohibirles que las usen, sí podemos ayudarles a que las usen mejor. Actualmente hay muchos influencers o cuentas con muchos seguidores que abordan temas sobre la aceptación, el amor propio, el body shaming o vergüenza corporal y la diversidad de cuerpos que existen en general, que pueden contribuir a que tu hija o hijo conozca qué hay un mundo distinto a los estándares de belleza y aprecie cómo se ve.
Me encantaría poder decirle a mis estudiantes que hay un secreto: que si se aceptan a sí mismos y valoran su cuerpo, serán aceptados por los demás. No solo eso, tendrán más espacio mental para enfocarse en la escuela y podrán trabajar en su apariencia de una manera sana, entre otras maravillas que genera la seguridad.
Pero, por un lado, esto es verdad parcialmente pues el mundo seguirá señalandoles y, por el otro, se trata de uno de los retos más grandes de la docencia y no puede ser dicho con palabras sino con estrategías diarias: contribuir a la formación de personas que se reconocen y procuran su valor.
Para concluir, será importante regresar a nuestros primeros puntos, la conversación acerca de las conductas alimenticias de nuestros hijos tienen que ir dirigidas a cómo amar nuestro cuerpo antes de cómo perder peso, y no en el orden opuesto. Tanto ellos como nosotros estamos a tiempo de tratar a nuestros cuerpos con respeto y amabilidad.