La generalidad de las escuelas hoy en día incluye la palabra “excelencia” en su identidad, pero ¿qué entendemos por excelencia académica y qué implicaciones tiene adjetivar así a los estudiantes?
Estamos acostumbrados a pensar que una boleta de calificaciones llena de dieces es garantía de un futuro prometedor para nuestros hijos. Por consiguiente, creemos que los sietes y ochos en sus boletas son indicio de que algo anda mal.
Nos preocupamos porque creemos, de entrada, que su futuro está amenazado. ¿Algo anda mal con nuestros hijos si sus calificaciones no hacen brillar la boleta?
Más aún: ¿cómo definimos la inteligencia o las habilidades necesarias para que una persona pueda sobresalir? ¿A partir de qué criterios juzgamos el desarrollo de ?
Comencemos por analizar lo que la excelencia académica significa para las escuelas, que son las mismas instituciones que se encargan de juzgar tal o cual rendimiento como satisfactorio, mediocre o excelente.
De entrada, ¿qué es excelencia?
En algunas universidades mexicanas —que mantendremos anónimas— podemos observar que el concepto “excelencia” es ambiguo.
Por un lado, definen la excelencia en términos generales como “un talento que día con día se trabaja, dando lo máximo en cuanto a calidad y saliendo de las normas ordinarias”. Por el otro, encontramos un significado paralelo sobre la excelencia académica que refiere a los “estándares de alta calidad que las instituciones educativas buscan en los ámbitos internacionales.”
Aquí hay que leer entre líneas para encontrar la primera problemática que surge a partir de cómo estamos entendiendo la excelencia académica. Parecería que ser excelente dentro de una institución no es más que cumplir con unas expectativas previas.
No se trata de ser excelente en tanto las particularidades de cada quien, puesto que esto, en el contexto de un salón de clases, sería disruptivo. Hablamos entonces de la capacidad para aprender e interiorizar aquello que se espera del estudiante.
Podríamos pensar también que este tipo de excelencia serviría a una institución tan bien como a cualquier otra. Sin embargo, las instituciones al adoptar esta palabra para la han ampliado al grado que sostiene distintos significados.
¿Qué opinan los estudiosos sobre la excelencia?
En el texto Conceptualización de la excelencia académica en el ámbito universitario, Larry Herrera expresa que “no existe una definición clara que sea aceptada universalmente por los distintos actores universitarios”. En su investigación, Herrera compara y contrasta distintas nociones de excelencia académica. No hay mucha similitud entre ellas, pero sí una noción abstracta, que plantea la excelencia como un valor por el que el estudiante debe trabajar.
Si bien hay mérito en promover una cultura de inversión de tiempo y esfuerzo, Herrera apunta que la suma de valores que se exigen de un estudiante, también se fingen para complacer a las instituciones. “Si [un valor en específico] no forma parte de los estudiantes, por más que nos esforcemos como docentes no lograremos que nuestros estudiantes lo alcancen cuando tampoco servirán los programas institucionales destinados a promocionarlos y a incentivarlos.”
Luis Castañeda en su investigación Excelencia juvenil, la guía del joven y la joven triunfadores, ofrece una definición de la excelencia que podemos pensar como posterior a que este concepto se popularizara en los colegios. Se dice del estudiante que “planea con mucho cuidado sus actividades y se toma el tiempo necesario para realizarlas con calidad, por eso, el joven triunfador es eficiente y eficaz en todo lo que hace”.
Este tipo de definición nos sugiere la tendencia o herramienta que algunos adolescentes van a tener en relación a sus estudios: poder organizar su tiempo según las encomiendas de aprendizaje que tengan que atender. Sin embargo, sabemos que esta habilidad comúnmente no se desarrolla temprano en la vida. Desvirtuar lo anterior, sería forzar esta actitud sobre las identidades o personalidades de quienes estudian.
El problema con la excelencia académica
El problema con el concepto de excelencia académica es la homogeneización de los individuos. Es decir, aplicar un sistema único a un grupo de personas naturalmente distintas.
Concebir la excelencia académica como una fórmula de éxito que los estudiantes tienen que adoptar, sí habla de ciertas cualidades que se privilegian. Entre ellas, la memorización, el compromiso constante por el estudio, la comprensión, etcétera. Pero alguien excelente sobresaldrá por sus triunfos, aunque no sean académicos.
La excelencia académica podrá no ser para todo tipo de persona, pero habrá quienes puedan adaptarse a ella. Sobre esto es importante considerar que hay mérito también en la capacidad de seguir las instrucciones al pie de la letra aunque, por otro lado, se cancele hasta el mínimo espacio para la improvisación.
Para Eric Weinstein, economista y matemático estadounidense, el problema no son los estudiantes. Dentro del modelo tradicional, se diría de un estudiante que no cumple con los requisitos del programa, tiene “problemas de aprendizaje”. Para Weinstein, la única función que cumple esta nomenclatura es la de ceder el problema a los estudiantes. ¿Por qué no se habla de problemas de docencia?
Un modelo educativo debería centrarse en atender las necesidades de cada estudiante, para así formar el valor de la excelencia de cada uno de ellos. En su lugar, se rige a todos los estudiantes bajo un parámetro de excelencia pocas veces útil fuera de la institución que lo promueve.
Pedimos hijos excelentes, pero ¿somos padres excelentes?
Como padres y madres, tenemos que reflexionar sobre nuestras propias expectativas y demandas. Tenemos que recordar que nuestros hijos son individuos con distintas ventajas y desventajas para relacionarse tanto con el conocimiento, como con la disciplina y los valores humanos. Lo más probable es que estas no coincidirán con el reconocimiento que una institución pretende de un estudiante de excelencia académica.
Como reflexión final, consideremos la excelencia académica como una promoción de virtudes deseables en los estudiantes, mientras su éxito e identidad no se resuma a ello. Los valores que reclama una institución, los números calificativos y las evaluaciones, son ideas que exigen perfección en todo lo que hacemos. Sin embargo, deben ser entendidos tanto por nosotros como por nuestros hijos sólo como referentes y no como un modelo eficaz que debe seguirse a toda costa.
Como madres, como padres, tenemos que estar atentos a las distintas formas en que nuestros hijos sobresalen, sea dentro de las instituciones académicas o innovando en otras áreas, igualmente importantes, de su vida.
No vaya a ser que estemos tan ocupados en la expectativa de la excelencia académica de nuestros hijos, que dejemos de ver sus virtudes más propias, como la habilidad en peligro de extinción de cuestionarse y hacer las cosas diferentes.