Tus hijos necesitan música para desarrollarse… ¡hasta en las matemáticas!

Cantar, bailar, emocionarse: cuando una canción nos gusta, nuestra mente se activa. En la infancia, escuchar música trae beneficios asombrosos.

Mi papá siempre tocó guitarra. Desde que era niño recuerdo cómo, en los momentos de ocio que le quedaban, la tomaba de su lugar en la sala y rasgueaba los blues que había aprendido muchos años atrás. Para mí, era como estar contemplando una magia que aún no comprendía.

No tardé mucho en seguir su ejemplo. Iba yo en tercero de primaria cuando, una tarde al regresar de la escuela y encontrar la casa vacía, tomé la guitarra y, con las enseñanzas que me profería esa otra magia de Youtube, intenté tocarla yo mismo.

Al llegar mi padre del trabajo, corrí emocionado hacia él para enseñarle lo que había aprendido. Se sentó junto a mí y nos turnamos la guitarra para que él me enseñara lo que sabía. Yo me obsesioné. No toco guitarra profesionalmente (ni mucho menos) pero, desde ese momento, cargo una conmigo a dondequiera que vaya. 

La música juega un rol fundamental en el ser humano. No por nada, la industria de la música recaudó más de 23 miles de millones de dólares solamente en 2020. No por nada, la musicoterapia es uno de los remedios más utilizados y exitosos en pacientes con Alzheimer al permitirles reconectarse con su sistema motriz. Y no por nada, a muchos de nosotros nos es difícil tomar un baño sin sentir la necesidad de cantar. 

Más allá del impacto que la música pueda tener sobre la cultura, también está el impacto que puede tener en el desarrollo y formación de nuestros hijos. Después de todo, uno de los aspectos más cautivadores de la música es la variedad de experiencias que puede ofrecer: escuchar, bailar, cantar o incluso hacer música. Todas estas experiencias producen distintas reacciones en nuestro cuerpo que benefician el desarrollo infantil,.

No se trata de buscar una formación profesional en la música para aprovecharla. Se pueden tocar instrumentos no profesionalmente, y más bien utilizar ese aprendizaje como ejercicio rítmico y dinámico de coordinación y ejecución.

A bailar y cantar para mejorar en matemáticas y en lectura

Frances H. Rauscher, en su artículo académico ¿Puede la instrucción musical fomentar el desarrollo cognitivo de los niños? nos acerca a distintos estudios e investigaciones que dan pista de las diferentes formas en que la música sirve como apoyo en distintas edades. Por ejemplo, se menciona el estudio de L. Hetland en el que se evaluaron niños de 3 a 12 años de edad. En él, aquellos niños con instrucción musical desarrollaron más a fondo sus habilidades espaciales, que son importantes para entender conceptos en matemáticas como las fracciones.

Maritza Díaz, Rocío Morales y Wilson Gamba, investigadoras con enfoque en el desarrollo de la infancia, sustentan el estudio de Hetland, declarando en su propia investigación, La música como recurso pedagógico en la edad preescolar, que «la motricidad fina, la coordinación visomotora, la concentración, la lateralidad y la relación espacial son habilidades que pueden ser activadas y desarrolladas usando la música como medio educativo».

El equipo de las investigadoras propone también una visión de la pedagogía musical muy apta para los niños y niñas de menor edad. «[…] El niño de dos años edad prefiere el ritmo, pues su motricidad le ayuda a responder de diversas formas a los estímulos sonoros, hace palmas, golpea con los pies en el suelo, se balancea, mueve su cabeza, manipula elementos sonoros con gran interés y de formas variadas, […] todo dentro de un conjunto de manifestaciones de bienestar».

La coordinación espacial y la aptitud para las matemáticas son quizás factores que evidentemente se verían desarrollados por la música. Después de todo, el ritmo en una canción conlleva el reconocimiento de uno mismo, para lo que es importante utilizar el cuerpo entero al tiempo que se va midiendo la distancia entre un sonido y otro.

Sin embargo, los estudios citados por Rauscher dan pista a otra facultad que se desarrolla a través de la música, de un caracter más sorprendente: la comprensión lectora. Algunos estudios han demostrado que la instrucción musical en adolescentes se relaciona con una capacidad léxica más amplia y con una retención verbal mayor. 

Los estudios, si bien no son concluyentes, ponen sobre la mesa la idea de la nemotecnia. ¿Te has preguntado por qué es más fácil aprenderse la letra de una canción que aprenderse la contraseña del internet? La razón tiene que ver con la forma en que procesamos la información: si le añadimos ritmo y melodía, se queda grabada en nuestra memoria mucho más fácilmente.

La música como canal de las emociones

Las investigadoras Díaz, Morales y Gamboa abordan lo que quizás sea uno de los puntos más significativos en cuanto a la relación entre las infancias y la música. La música, en tanto que es parte de la vida de uno, ayuda a la expresión de las emociones. La emocionalidad que la música permite expresar puede servir también como una herramienta que facilite la comunicación con nuestros hijos. La música puede ser alegre, bella, triste, sublime, juguetona; en muchos sentidos, puede ser también catártica.

Para las investigadoras, esta cualidad de la música provee a los niños «de recursos para iniciarse en la resolución de problemas y entretejer relaciones con sigo mismo, el entorno y los demás». Para mí, la música era una forma de hablar con mi papá. Si bien durante mi infancia nunca logramos tener muchas conversaciones sobre cómo nos sentíamos (un caso bastante común entre hombres y sus padres), lo que sí podíamos hacer era mostrarnos música.

Un viaje al mecánico, a la peluquería, al centro comercial o de carretera, se volvía entonces la antesala a nuestra comunicación. Ponía yo una canción, ponía él una canción. Nuestra forma de hablar era tamboriquear, él sobre el volante y yo sobre mis piernas. Durante esos viajes, nos perdíamos en el ritmo, en las melodías, en las letras de una u otra balada, pero también, era ahí mismo donde nos encontrábamos, donde nos volvíamos más cercanos de lo que las palabras nos permitían.

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