¿No mentirás? Reflexiones para enseñarle a tu hijo a no mentir

Enseñarle a un niño a no mentir es muy difícil porque interpela a directamente a nuestra relación (casi siempre disfuncional) con la honestidad.

La infancia puede ser una edad confusa en tanto que lo que nos dicen que hagamos no es siempre lo que vemos a los adultos hacer. Esto no es distinto con la mentira y con la honestidad. Desde el cuestionamiento de la veracidad de los cuentos para niños (“¿Este cuento no es verdad?, ¿entonces, es mentira?”) hasta las mentiras directas que se dirigen a los niños (“No vamos a ir al zoológico, sino al dentista”), el tema de la honestidad puede ser un terreno difícil de navegar. 

Guiar a tus hijos por el terreno de la honestidad y la empatía desde pequeños es prioritario para que sea con estas virtudes, que se desarrollen y arraiguen. Dentro de la vida adulta, estamos ya acostumbrados a un cierto tipo de honestidad muy distinta a la honestidad “pura” que se enseña durante la infancia. No es lo mismo mentir sobre dinero robado que mentir sobre nuestra opinión de un cierto gesto o sobre el nuevo peinado de nuestro amigo o amiga. 

Según el estudio de Jennifer Lavoie et. al., Haz como digo y no como pienso: socialización paternal de la mentira y su comportamiento, los niños, por el simple ejemplo, aprenden a distinguir entre los dos tipos principales de mentiras que decimos: las mentiras “socialmente aceptadas”, que son aquellas que encajan en contextos de cortesía (“Sí, creo que ese nuevo pantalón se te ve muy bien”) y aquellas que sirven para el beneficio propio.

El mismo estudio descubrió que la mayoría de los padres y madres aceptaban que estaba bien mentir de vez en cuando, cuando de proteger a otras personas se trata. Sin embargo, enseñaban a sus hijos e hijas que mentir jamás estaba bien. Los niños y niñas, por su parte, mentían con la misma frecuencia independientemente de si se les había enseñado que mentir para cuidar a otros está bien, o si se les había enseñado que mentir jamás estaba bien. La cuestión aquí parecería estar de cabeza. Si los estudios apuntan a que los niños mentirán, independientemente de cómo se les socialice la enseñanza de no mentir, ¿cómo podemos fomentar la honestidad?

¿Si dice la verdad hay castigo y si miente, también?

No podemos fomentar la honestidad a partir de los castigos. Sobre todo porque lleva a disyuntivas imprácticas: “si dices la verdad sobre algo malo que hiciste, estarás castigado no podrás salir a jugar; pero si mientes y te descubrimos, tampoco podrás salir a jugar”. El mensaje está invertido, y la enseñanza no es la de un valor, sino la de un castigo. Se te castigará si dices la verdad y se te castigará si dices una mentira… pero solo si te descubren. 

Este punto precisamente fue desentramado por el estudio de Smith y Rizzo en 2016, Expectativas emocionales relacionadas a las confesiones y mentiras de los niños: diferencias de desarrollo y conexiones a reportes parentales de comportamiento. En su experimento, Smith y Rizzo examinaron las percepciones de honestidad y mentira en niños de cuatro a nueve años, a través de dos cuentos paralelos donde se ponía a prueba la honestidad de los personajes. 

El experimento concluyó que la confesión en lugar de la mentira era más probable en niños que relacionaran la confesión, es decir, la honestidad, con sentimientos positivos en vez de reproches. Lo que esto demuestra es que en lugar de mostrar una actitud punitiva o de castigo ante la mentira, el verdadero reto de la crianza es mantener una posición firme ante la honestidad. 

Claro que un jarrón roto o un examen reprobado no nos causará sentimientos de felicidad, pero reforzar la honestidad positivamente es más eficaz, a largo plazo, que relacionarla con el castigo. No es que haya que premiar a nuestros hijos o hijas por sus confesiones, pero sí generar espacios importantes en los que podamos tener conversaciones sinceras con ellos, y darles las gracias por su honestidad, incluso si no estamos del todo felices con su comportamiento.

La mentira social como puerta de entrada a la empatía

Podríamos debatir sobre si la responsabilidad de ser un ejemplo a seguir, es decir, enseñar a no mentir sin mentir, tendría un cambio drástico sobre las mentiras que nuestros hijos dicen (el estudio de Lavoie dice que no), pero existe un punto de mayor relevancia. 

Independientemente del fomento a la honestidad, el cual, como han demostrado los estudios citados, es una preocupación de suma importancia al momento de la crianza, la mentira social —aquella que como padres y madres decimos en nuestro día a día y que será percibida por nuestros hijos e hijas— sirve como un punto importante donde hablar con ellos sobre otro tema: la empatía.

La empatía, es decir, aquello que nos permite actuar teniendo a los otros en consideración en vez de actuar de forma egoísta, sería igual o más importante que la honestidad “pura”, la cual, se podría decir, es un mito. 

Tener conversaciones sobre la empatía con nuestros más pequeños es muy importante. Como sugiere el estudio de Lavoie, los niños tienen conceptos contradictorios sobre lo que tienen que hacer. El no mentirás, o, di la verdad, se contrapone siempre con nuestras propias mentiras, aquellas que decimos para proteger a quienes queremos.

A raíz de la confusión que pueda surgir en nuestros hijos e hijas, es que la empatía se puede volver un tema a discutir desde una edad temprana. Estas pláticas, indudablemente, tendrán que venir desde una reflexión personal previa. 

¿Qué mentiras digo yo, cuando digo al mismo tiempo “no mientas”?, ¿qué mentiras digo por empatía?, ¿qué mentiras me gustaría no decir, y en qué lugares me gustaría ser más honesto u honesta. Si bien, como demuestra Lavoie, la honestidad no es algo que los niños y niñas imiten dentro del comportamiento parental, esto no significa que no podamos ser ejemplos a seguir en otras áreas de su vida.

Fomentar la empatía así como reforzar positivamente la honestidad, nos llevará, sin lugar a dudas, a criar niños más felices, con mejores capacidades para relacionarse, y con el valor de decir la verdad a pesar de que esta sea incómoda, en vez de mentir para escapar el castigo. 

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