¿Cuándo sí y cuándo no es necesario llevar a mis hijos a terapia?

El signo más claro para considerar la terapia, es si una conducta nociva se repite cotidianamente por meses. Pero no siempre es así.

La sensación es similar a estar atado de manos, ese momento en el que reconocemos no tener todas las herramientas para ayudar a resolver los conflictos internos o externos que atraviesan los pequeños. Reconocer que no hay un manual de instrucciones para la crianza y que ningún padre puede hacer el trabajo emocional de sus hijos —así como ellos no pueden hacer el de sus padres— es un ejercicio lleno de amor, valentía y compasión que nos permitirá buscar el apoyo de un especialista cuando ellos también sienten que no pueden solos.

Como el término lo dice, los especialistas en psicología infantil son expertos en niños. Es decir, se forman profesionalmente para poder acompañar su proceso psicológico. En este sentido, las terapias psicológicas tendrían que ser normalizadas por nuestra sociedad, pues no está mal ni es extraordinario necesitar ayuda.

Ahora bien, aunque el desarrollo psíquico-emocional de los niños es progresivo, no podemos esperar que sea lineal y armónico. Como padres habrá que ser tan resilientes como receptivos a las necesidades de  su crecimiento y tomarnos con calma algunos episodios en los que consideramos que su conducta no es la más deseable. Por ejemplo, cuando los niños están transitando por un evento importante, desde una mudanza, iniciar la escuela, una pérdida o el divorcio de sus padres, es normal que se manifiesten cambios en su conducta, cuando no tienen que ser alarmantes necesariamente. En estos casos, empecemos por observar con más atención cómo se desenvuelven emocionalmente y si encontramos que existe una repetición de conductas nocivas, podemos entonces valorar cómo es que estas impactan en su desempeño académico, sus relaciones sociales, su valoración personal o incluso su alimentación.

Si se trata de eventos casi aislados o pocos episodios de estas conductas, lo mejor será abrir la conversación con tu hija o hijo y ver si desde la comunicación y la atención podemos contribuir a que transiten por sus emociones y poco a poco se relacionen mejor con ellas. Por el contrario, si estos cambios de conducta empiezan a perpetuarse y afectar fuertemente los ámbitos que mencionamos, será inminente que busquemos la ayuda de un profesional. Abrir la conversación también será proponerles ir a terapia, contándoles cómo el objetivo de la terapia es que ellos se sientan mejor y puedan trabajar en sus problemas más asertivamente, pues no hay que olvidar que el trabajo de un psicólogo es potenciar el trabajo personal del niño y brindarnos como padres, algunas ideas de cómo poder ayudar. 

Como mencionamos, el signo más claro para considerar la terapia, aparece cuando una conducta nociva se repite cotidianamente por meses. Consultamos algunos blogs de psicología para identificar las conductas o señales de alerta que, de estar presentes en nuestros niños, valdrá la pena prevenir asistiendo a terapia. 

Da el paso siguiente cuando identificas que tu hija o hijo:

  • Agrede física o verbalmente a sus compañeros, educadores o incluso a ti
  • No tolera la frustración que supone recibir un «no» a algo que quiere
  • Tiene dificultad relevante para concentrarse en las tareas o en clase
  • Baja abruptamente su calificación escolar
  • Tiene conductas sexuales prematuras a su edad
  • Tiene dificultad para dormir solo
  • Tiene dificultad para poder separarse de ti
  • Tiene dificultad para relacionarse con otros niños
  • No tiene control de esfínteres 
  • Vivió abuso físicos, abuso sexual o malos tratos
  • Tiene terrores nocturnos
  • Tiene Insomnio o somnolencia excesiva
  • Tiene fobias (hay una gran variedad de fobias y miedos)
  • Se aísla mucho
  • Es víctima de acoso escolar
  • Tiene ansiedad y/o llanto incontrolado sin razón aparente
  • No quiere hablar
  • Vive un duelo no elaborado por la muerte de un familiar o mascota
  • Tiene conflictos o dificultades derivadas de un proceso de divorcio
  • Tiene apatía o falta de interés por cosas que antes le gustaban
  • Tiene problemas de aprendizaje
  • Vive cambios repentinos o dificultades en la alimentación
  • Tiene dolores físicos sin causa biológica (dolor de cabeza, de panza, etc.)
  • Sufre una enfermedad crónica o aguda
  • Tiene autolesiones
  • Tiene un retraso en el desarrollo del habla o lenguaje
  • Episodios de tristeza o depresión
  • Sufre un cambio repentino de actitud

Para saber más:

¿Cuándo es el momento de buscar ayuda psicológica para mi hija?, Child Institute, Understood Founding Partner

Llevar a su hijo a un terapeuta, KidsHealth

Tania Zohn Muldoon, ¿Cuándo y por qué ir a terapia?, ITESO

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