Poner a un santito de cabeza, llenar a nuestro hijo o hija de sus platillos favoritos, sacarles a pasear y hasta darle chance de horas de videojuegos… ¡Lo que sea con tal de volver a verlos sonreír!
Recuerdo a mi primer novio. Se llamaba Roberto y nos vimos por primera vez en un festival de música. Nos hicimos compañía para ver a un cantante que nos fascinaba en ese entonces y fue a partir de ese momento que nos volvimos inseparables hasta que, cinco años después, terminamos nuestra relación. Ambos teníamos 20 años y al menos yo (de vez en cuando) llegué a pensar que me iba a morir de tristeza.
Tiempo después, mi hermana, quien debido a la diferencia de edad es bastante más madura que yo, habló conmigo y juntas recordamos el mal trago que ella había pasado cuando terminó una relación similar a la mía. Ella me hizo entender que por más que sintiera que el mundo se derrumbaba, la vida continúa. Ahí fue que entendí que las relaciones tienen un ciclo y que invariablemente yo tenía que continuar con mi desarrollo. No lo sabía, pero en ese momento di dos pasos hacia una perspectiva un poco más realista sobre la vida.
Ahora que pienso sobre lo que tuve con Roberto, puedo entender que si él no hubiese formado parte de mi vida, quizá me hubiera ahorrado algunas lágrimas, pero no hubiese aprendido grandes lecciones que reconozco han sido fundamentales en el desarrollo de mi vida adulta.
Como dice la canción: el amor acaba
Esa es la importancia respecto a los noviazgos: madurar durante ellos y después de ellos, según el texto Relaciones Románticas Adolescentes ¿Por qué son tan importantes? ¿Deberían ser alentados o evitados? escrito por Headspace National Youth Mental Health Foundation, departamento fundado por el gobierno australiano que se encarga de vigilar la salud mental de los jóvenes de este país.
La participación de los adolescentes en relaciones románticas es apropiada para desarrollarse saludablemente, ya que proporcionan una oportunidad para desarrollar independencia e identidad, mientras también promueven la definición de sus ideologías y exploración sexual.
Además, Headspace hace hincapié en que las habilidades obtenidas en estos momentos serán cruciales para enfrentar la vida adulta. Por ejemplo, la capacidad de regular las emociones fuertes. Esto debido a que durante el noviazgo tendemos a experimentar con una amplia gama de sentimientos por los desacuerdos, conflictos o rupturas con los que nos encontramos. Desarrollamos habilidades interpersonales y de comunicación, así como ponemos en práctica habilidades de negociación.
Seguramente, muchos de ustedes conforme van leyendo eso, recordaron como yo, lo bueno y lo malo de aquellos primeros amores y con ello, la dolorosa experiencia: el final. Quizá ustedes o sus hijos no son (o fueron) tan melodramáticos como yo, que juraba que me iba a morir, pero negar el dolor que nos envolvió en aquel momento sería mentirnos a nosotros mismos.
¿Cómo sufrimos la ruptura cuando somos adolescentes?
De acuerdo al artículo The scientific theory why breakups hurt more when you’re younger en donde se cita al neurocirujano y neurocientífico, Dr. Rahul Jandial, el amor adolescente y su ruptura es completamente diferente a las que tenemos en la vida adulta, debido a dos factores. Por un lado, los cócteles hormonales a los que estamos expuestos y por otro, a la falta de “contextualización” del cerebro. Espera, ¿falta de contextualización del cerebro?
Jandial explica que la angustia del fin del primer amor (o de los primeros amores) terminan doliendo tanto porque los químicos cerebrales dominan por completo un cerebro que no ha aprendido a contextualizar situaciones. El cerebro, cuando empieza a experimentar más seguido esta circunstancia, se va adaptando y crea patrones.
El especialista explica: “Al cerebro le gustan los patrones, la consistencia y el orden, así que la primera vez que experimenta algo desconocido o disruptivo —como ser abandonado o ver a tu amante con otra persona— es probable que tarde más en procesar “.
Alejandro Gutiérrez Cedeño, psicólogo especialista en Sexualidad Humana, nos brinda un enfoque diferente respecto a la ruptura de las relaciones amorosas adolescentes. Él, a diferencia de Jandial, opina que el sufrimiento después de terminar una relación romántica puede ser similar entre un adulto y alguien joven, sin embargo, algo que puede brindar diferencias gigantes al momento de vivir el duelo son las esferas donde la pareja fue partícipe.
En una entrevista, el maestro en psicología nos explicó que el ser humano se conforma por diversas esferas; cada una de ellas nos conforman como ser humano (por ejemplo: la esfera laboral, económica, de recreación, etc.). De acuerdo a Gutiérrez, en la medida en la que alguien haya involucrado o no a su pareja en cada una de estas esferas, podría volver más o menos difícil la ruptura: “Es diferente cómo vive el fin de la relación alguien que siempre llevaba a su novia a sus partidos de fútbol, y que ahora intenta jugar fútbol sin ella, a una persona que delimitaba sus actividades en proporción”.
Mi hijo está sufriendo, ¿hay una fórmula para ayudarlo?
De las diferentes formas en que los padres pueden ayudar a sus hijos en este escenario, todas ellas se enfocan en la comunicación; pero no es lo único. Alejandro Gutiérrez advierte un panorama mucho más realista que retoma la sexualidad del adolescente. A propósito, me hizo cuestionarme: “¿cómo crees que un padre se sentiría si su hija le confía que aquel chico por el que llora fue con quien inició su vida sexual?”.
Esta pregunta retumba en mis oídos porque es en este momento donde la teoría cae ante mis ojos y se revela una verdad (en la mayoría de los casos), de la cual Alejandro es el más consciente: “A pesar de que en esos momentos juramos ser amigos de nuestros hijos, no lo somos”.
El mensaje del especialista no es el de coartar la comunicación entre padres e hijos, más en esos momentos tan frágiles, mientras sí invita a los padres a ser un factor de protección antes que ser inoportunos. Por lo tanto, para el especialista, estos serían los puntos más importantes a seguir durante la ruptura de nuestro hijo o hija adolescente:
1. No quieras enterarte de todo lo que él/ella vivió
Un factor decisivo para que él o ella enfrenten este momento es saber que estás ahí para proteger, no para querer saber.
2. No creas que tus experiencias van a ayudar a tus hijos
Cada persona es diferente y cada uno enfrentamos la pérdida de alguien de una u otra forma.
3. No juegues a ser el terapeuta
Lo mejor es estar próximo al adolescente para saber si quiere o necesita ayuda psicológica.
4. No obligues a tus hijos a confiar en ti
La confianza se construye todos los días y desde pequeños, querer que surja al decir una frase es inútil.
La vida está llena de ciclos: la primaria, secundaria, educación superior, amigos que antes veíamos y ya no, y por último, relaciones amorosas. El fin de cada uno de estos ciclos es natural y el acostumbrarnos a ellos es cuestión de madurez. Eso no significa que al final de nuestra vida (o con cada experiencia que ganemos) debemos hacernos fríos y no permitirnos sentirnos mal. Al contrario, cada pérdida o ganancia en la vida tiene un gran aprendizaje y dependerá de nosotros poder apreciarlo o no.
El fin, el inicio, las lágrimas y los aprendizajes son necesarios en la vida de nuestros hijos, por más que nos duela en ocasiones. Es por eso que, aprender a mediar nuestros sentimientos, mantenernos como protectores y haber generado una relación de confianza con nuestros hijos, será pieza clave al momento de acompañarles a atravesar por los malos momentos.