¿Cómo y por qué no endiosar a tus hijos?

Endiosar a un ser querido (por ejemplo, tus hijos) es más común de lo que la sensatez recomienda, pero no por eso significa que esté bien.

Cuando “endiosamos” significa que elevamos a algo o a alguien a un estatus de divinidad. Esto materialmente es imposible, pero muchas veces las actitudes humanas demuestran lo contrario. ¿Quién no se ha sentido tan enamorado de su pareja que la ha puesto en un pedestal? ¿Qué madre o padre no ha amado tanto a su hija o hijo que en ocasiones le cree superior al resto?

Los términos “endiosar”, “sobrevalorar” e “hipervalorar” son hermanos en este tema. Los tres hablan de la tendencia de poner a otros en una plataforma superior a la de los demás. Esto es especialmente patente y peligroso, cuando los padres adoptan esta actitud en la educación de sus hijos.

Un artículo publicado en el 2015 en la revista científica Proceedings of the National Academy of Sciences of the United States of America, PNAS por sus siglas en inglés, Brad Bushman, doctor en Psicología Social de la Universidad de Ohio y otros cinco investigadores especialistas en educación y psicología señala que los niños sobrevalorados por sus padres serán, probablemente, jóvenes narcisos. Esta característica les traerá dificultades para funcionar en sociedad.

El escrito de la PNAS nos explica en sus primeros párrafos que una persona narcisista o “narcisa” se caracteriza por sentirse superior a los demás, por fantasear con los éxitos personales y creen ser merecedores de un trato especial. Añade que cuando este tipo de personajes se sienten humillados, a menudo atacan de forma agresiva o incluso violenta y que también tienen un mayor riesgo de tener problemas de salud mental, incluyendo adicción a las drogas, depresión y ansiedad.

Su majestad, el bebé

El tema no es nuevo, el mismo padre de la psicología, Sigmund Freud, habló de este tipo de actitudes paternales en su obra “Introducción al narcisismo” de 1914 con la famosa frase “su majestad el bebé”. Un escrito de la Asociación Aragonesa para la Investigación Psíquica del Niño y el Adolescente, AAPIPNA, menciona esta expresión para describir una etapa de sobrevaloración que es necesaria para la construcción del amor propio del bebé.

Sin embargo, las autoras, Luisa Moi y Patricia Sanz Valer, agregan que finalmente ese periodo tiene que acabar. Se tiene que “renunciar a la omnipotencia del yo, ponerle límites”, de lo contrario se estaría atentando contra la salud psicológica del ser humano que está en pleno desarrollo.

El Coordinador del Centro de Estudios Psicológicos e Integrales de la Universidad Autónoma del Estado de México, Alejandro Gutiérrez Cedeño, nos explicó a través de una entrevista tres escenarios (comunes) donde se puede notar este tipo de educación:

  1. Cuando los papás le expresan a terceras personas que su hijo es superior en conocimientos y le hacen creer al niño que esto es verdad.
  2. Cuando en habilidades deportivas, musicales o manuales, los padres hacen lo necesario para que sus hijos sean mejores que sus compañeros, aunque eso signifique que los niños no realicen las actividades y las termine haciendo un adulto. 
  3. Cuando sobresaturan al niño de actividades sin pensar en sus características naturales e intereses.

En estos tres ejemplos brillan los padres que quieren hacer sentir a su hijo, o hacerlo ser superior a los demás, aunque esto signifique el sacrificio del bienestar del pequeño. “Los papás los hacen creer que están por encima de quienes los rodean”, dice Gutiérrez Cedeño, quien nos explica cómo este tipo de actitudes, que en ocasiones son normalizadas, llevan al niño a no entender muchas veces lo que le piden. En ocasiones, las exigencias de los padres sobrepasan sus gustos o habilidades, lo cual tiene un nombre en la psicología: “disonancia cognitiva”.

Este término lo explica el profesor de psicología social en la Universidad del País Vasco, Darío Páez Rovira, en el capítulo “Conducta y Actitud: disonancia cognitiva, auto-observación y motivación intrínseca. Refuerzo en el aula” del libro “Psicología Social, Cultura y Educación” publicado en el 2004. La disonancia cognitiva es un “estado desagradable que se produce cuando nos damos cuenta que dos ‘cogniciones’, generalmente una actitud y una conducta, son contradictorias e incongruentes”.

Páez pone como ejemplo el hábito de fumar: “Sé que fumar es malo para la salud y fumo mucho”. Ahora llevemos este término a la relación de un padre con su hijo. Imaginemos que durante una fiesta familiar el padre promete que su muchacho meterá cinco goles sin esfuerzo en su próximo partido. El padre no sabe que las habilidades de su hijo en el deporte no son prometedoras ni que el joven no se siente atraído por el fútbol, ¿cómo creen que se siente el hijo?

¿De qué otras formas este tipo de prácticas afectan al niño o niña?

El maestro Gutiérrez Cedeño recuerda mucho el caso de un niño que acudió a su consultorio: un día, el pequeño tuvo un examen y su papá le dijo que nunca tenía que dejar que le copiaran porque los demás eran incompetentes. De forma diligente, el pequeño le hizo caso. Lo que no sabía el padre era que el dejarse copiar en un examen también es una forma de interacción entre los niños. Su hijo, al hacerle caso, perdió a sus amiguitos.

Quizá este caso para muchos sea perfectamente natural: perder algunos amigos por tener la mejor nota, pero al pequeño le costó mucho trabajo recuperarse de ese mal trago. De ser apreciado entre su comunidad, pasó a ser un paria del salón de clases. El padre, sin darse cuenta, hizo que su hijo sacrificara su bienestar emocional por continuar siendo el mejor en sus calificaciones. El rechazo social es apenas una de las consecuencias que trae consigo este tipo de educación.

Existe poca tolerancia o hay frustración. Si bien es cierto que los niños pasan mucho tiempo en sus hogares, también llevan a cabo su desarrollo en otros lugares, como la escuela. Es en este tipo de espacios donde los maestros o administrativos los tratan sin ninguna preferencia. Para estos niños “endiosados” es justo en este tipo de escenarios en donde se dan cuenta de sus verdaderas capacidades, frente a las que les inventan sus padres. Es en este momento cuando pueden llorar o se ponen a hacer berrinche.

La autoestima resulta gravemente dañada. El coordinador también nos explicó que, al no poder nunca satisfacer los deseos de sus padres, el niño empieza a vivir un escenario donde ya no se puede llevar bien con los demás ni consigo mismo. “No puedo meter los cinco goles porque no soy ni siquiera bueno jugando fútbol”.

El niño vive para darle satisfacción a los papás y esto hace que los progenitores se conviertan en los facilitadores de su vida. El niño pierde la facultad de afrontar los problemas de su vida por sí mismo debido a que existe para y por sus papás. Recordemos que muchas veces, con el afán de hacer del niño el mejor estudiante, artista o deportista, los padres intentan resolverle la vida. Esto conlleva que no aprenda a confrontar retos y problemas por sí mismo.

¿Cómo puedo evitar caer en estas actitudes?

  1. Admite las fortalezas (reales) y debilidades de tu hijo.
  2. Reconoce que necesitan competir (y a veces perder) con sus demás compañeros y amigos.
  3. Dosifica las actividades de tu hijo. Siempre debe de haber tiempo para todo, incluso para ver una serie de Netflix.
  4. Edúcalo con humildad y sencillez. Evita hacerlo sentir mejor que los demás.
  5. Reconoce las habilidades de tus hijos y no minimices a los demás para hacerlo sentir superior.

Educar a un niño nunca será tarea fácil. Los padres muchas veces cometen errores creyendo que de esta forma le pueden construir un mejor futuro a sus hijos. No actúan con maldad, pero el resultado puede ser muy negativo en el largo plazo.

Te puede interesar leer:

-->