¡Mi hijo no lee! Consideraciones sobre la lectura y cómo acercarla a los niños

¿Tu hija o hijo tiene problemas a la hora de leer… o más bien no le encuentra el gusto? Hablemos de esta diferencia, abordemos el por qué se han incrementado los niños lectores que no quieren leer y qué podemos hacer para que tomen un libro por su cuenta.

Pensemos en el contexto de algunos niños hoy: estímulos digitales como la televisión, fuentes inagotables de conocimiento y entretenimiento como el internet, labores escolares y labores de casa. Quizá realicen una que otra actividad con los niños de su zona o sus amigos más cercanos, pero no mucho más, por la contingencia sanitaria.

Esta realidad situacional no resulta benéfica para que nuestros pequeños se vuelvan grandes lectores. Con tan pocas oportunidades de contacto social y de estar en el exterior, se hace difícil que ellas o ellos tengan la iniciativa de adentrarse, otra vez, pero ahora al interior de un libro.

Decimos lo anterior porque en el momento en el que vivimos no vale la pena ni enaltecerlos a grado de genios ni reprobar los hábitos de lectura de los niños (sus actividades deben responder a sus necesidades físicas, emocionales, intelectuales). Si bien sí debemos de asegurarnos de que no tienen conflictos con la lectura en general aunque prefieran no hacerlo.

Después de esclarecer si se trata de un problema de gustos y no de un problema cognitivo, como puede ser la dislexia, pensemos cómo ha sido el acercamiento de nuestros pequeños a la lectura. Anne Svensen en su artículo When kids hate to read (“Cuando los niños odian leer”) menciona que parecería que apagamos el gusto de los niños por la lectura, pues cada vez es más notorio el fenómeno de los que saben y pueden leer bien pero que no lo hacen.

Entre todos los motivos que pueden estar provocando esto, encontramos éste como el más relevante: que un niño lea un libro siempre viene acompañado de un objetivo. Ya sea que resuelva un examen de comprensión, que nos narre qué le gustó o que haga un resumen sobre el texto, el sistema educativo —o incluso nosotros como padres— pedimos que ellos satisfagan un criterio cuando terminan de leer.

Esta es la manera en la que nos enseñan a leer, por lo que no sorprende tanto que un niño no abra un libro a voluntad. La relación se ve así: leer es obligatorio. La idea construida alrededor del libro es una de las razones principales por las que los infantes no encuentran en los libros el universo que hay. ¿Qué podemos hacer para transformarla?

Desasocia la lectura de lo educativo

Leer es más amplio que las asignaturas de la escuela. Cuando los niños ya están viciados de las tareas extenuantes sobre lecturas difíciles, habrá que poner cerca de sus manos lecturas más afines a ellos. Fíjate en sus gustos y su edad para determinar qué tipo de libro puedes “aparecer” en casa o presentarles a la hora de que vayan a una librería. 

“¿Conoces este libro sobre aliens?, lo leí cuando era pequeño y sigue siendo de mis favoritos”. 

Comparte tu entusiasmo por leer

En un día cotidiano, ya sea que estés leyendo el periódico, un artículo en internet o la novela en turno, date permiso de leer para ellos un fragmento que hayas disfrutado. Cuéntales por qué te está gustando lo que lees a partir de ese párrafo o a lo que te resonó cuando empezaste a leer dicho texto. No hay que ser actor para compartirles nuestro interés o placer por la lectura. Si no les contagiamos, al menos haremos que lo tengan presente.

Prueba distintos géneros

En mi escuela, nos daban un catálogo de libros infantiles para que nosotros escogieramos mensualmente cuál era el que queríamos leer. La mayoría de estos libros estaban llenos de ilustraciones, eran breves y de corte fantástico. Aunque sí me resultaban atractivos, nunca fueron los libros que terminé de leer. Si tu hijo no puede con libros “acordes” a su edad, intenta con algo diferente como una novela corta o incluso una revista especializada en temas de su preferencia. La idea es que se abra la puerta.

Siembra libros en donde no debería de haber

La idea es que no exista pretexto alguno para no abrir un libro o hacer más pequeño el paso que tus niños tienen que dar cuando sienten esa curiosidad. En el artículo What if your kid doesn’t like to read (“Qué, si a tu hijo no le gusta leer”) de la revista Home Grown Learners, dicen que una buena práctica en casa es esparcir libros desordenadamente.

Allí en donde juegan tus hijos, deja un libro, allí en donde ponen sus peluches, deja un libro, en la mesita de noche, en la sala, en la cocina, en el baño, ¡hasta donde estén los perros! Guíate en temáticas relativas a ellos para escoger qué libros poner dónde y cuándo. Por ejemplo, libros afines a la temporada del año o libros relacionados a la última duda existencial de tus pequeños. Tú mismo abre un par de esos libros sembrados por ahí, como actividad casual.

Acepta a tu hijo como es

“Si la lectura se vuelve un campo de batalla, entonces todos perdemos”, dice Devon A. Cornel en su blog Raise Kids who love to read (“Educa a niños que amen leer”). No todos tenemos que ser lectores y si lo somos, podremos comprender cómo forzar la lectura en alguien más sólo será contraproducente. Crea las oportunidades y mantenlas vigentes porque de un momento a otro, tus niños podrían cambiar de opinión.

Al final de cuentas no queremos pequeños prefabricados a nuestro gusto, sino pequeños capaces de decidir y conocer lo que más puedan aprovechar.

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