Veamos cuál es la diferencia entre castigo y repercusión y cómo a partir de esto, podemos transformar a los rebeldes en casa.
Para muchos adultos, la adolescencia es entendida (erróneamente) como una fase en la que los adolescentes “no saben lo que hacen”. Tal vez te ha tocado presenciar que algún amigo(a) se escude de sus historias más vergonzosas bajo el pretexto de que estaba en la adolescencia. Y bueno, hasta cierto punto es cierto: entre los 10 y los 19 años (según la OMS),es que se va construyendo la agencia —es decir, la capacidad de decidir y hacer las cosas—. De aquí la importancia que tiene que dejemos a los jóvenes experimentar partiendo de valores. Más que justificar o controlar las acciones de los jóvenes, podemos promover que tomen responsabilidad sobre sí mismos.
En la investigación Influencia del contexto familiar en las conductas adolescentes, de Marta Montañés et al., apuntan que es en la adolescencia cuando la relación familiar entra en crisis necesariamente.
Esta crisis, sin embargo, no tiene que ser negativa. Puede tratarse de un cambio pacífico en el que se reajusta la relación entre padres e hijos por la necesidad de que ellos consigan su independencia. Con esto queremos señalar dos cosas: una, que el adolescente va a buscar su autonomía (en el mejor de los casos) y dos, que debemos permitírselo gradualmente. Un adolescente sobreprotegido y controlado, o en caso distinto, muy inseguro de sí mismo, se convertirá en “un rebelde”. Los adolescentes necesitan conocer la responsabilidad de ser ella o él mismo.
Como D. Kimel y D. Weines, especialistas en psicología evolutiva, explican en el libro La Adolescencia, una transición en desarrollo:
Una nueva percepción de los padres, unida a la autonomía emergente de los adolescentes, los estimula a desafiar las opiniones y decisiones parentales que antes se acataban sin discusión, no porque ya no quieran y respeten a sus padres, ni porque se hayan vuelto rebeldes, sino porque es natural y saludable para ellos afirmarse a sí mismos como individuos, que no desean ser tratados como niños.
Acá te damos algunas ideas que pueden mejorar este tránsito a su autonomía para que su relación no sea mal afectada:
Olvida los castigos
Según un artículo de James Lehman en la revista Empowering Parents, los castigos no son tan efectivos como las consecuencias. Una consecuencia es algo que viene naturalmente después de los actos de tus hijos. Lo que implica que le dejaste accionar o tomar decisiones, aunque estas hayan sido pobres, tanto como que no resolviste por ella o él para evitarle vivir las repercusiones. Una consecuencia difiere de un castigo porque a pesar de que ambos pueden ser dolorosos, la primera no la orquestó nadie más que el adolescente mismo.
Curva de aprendizaje
Sin embargo, puedes intentar administrar las consecuencias para asegurar mejor su aprendizaje. Si tu adolescente rebelde no regresó a tiempo a la hora acordada, la repercusión es que no le tengas tanta confianza, por ejemplo. En vez de no permitirle una siguiente salida como castigo, hazle saber cuál fue la repercusión de sus actos y reduce su tiempo de permiso para llegar. Si cumple con su palabra entonces podría ser a la inversa.
Suma una tarea a las consecuencias
Como padres, la tentación de castigarles para que aprendan la lección está ahí. Hay que preguntarse constantemente qué es lo que como padre quieres obtener del castigo, para recordar que lo que se necesita es una consecuencia. Si a estas consecuencias naturales le sumas una tarea como refuerzo, generas una fórmula muy efectiva para que aprendan. Es decir que si quieres que aprenda a afrontar el conflicto, le encomendarás que se disculpe a partir de motivos con sus amigos o que hable contigo de qué opciones tiene para hacerlo mejor la próxima vez, por ejemplo.
No te fíes del “no me importa”
Cuando un adolescente toma una actitud en la que parece no importarle recibir sus propias consecuencias, no les creas demasiado. Según James Lehman, especialista en adolescentes, pueden ser pocos casos en los que afrontemos jóvenes que no tienen interés en sus repercusiones. Cuando sí, puede tratarse de un adolescente intentando darte la vuelta al no poner ni siquiera atención, por ejemplo, a lo que le señalas que pasará. En una situación así, mantente firme comunicando la repercusión y agregando algo como “entiendo que no te importe, pero de igual manera las consecuencias serán así”.
¿Y si se enoja?
Como una amiga me dice a menudo, “si se enoja, tendrá dos tareas: enojarse y desenojarse”. Que el berrinche, enojo, escena o destrozo que haga tu hija o hijo adolescente no te haga resolver las repercusiones de sus actos ni a condonarlas. Un adolescente que reacciona así a sus propios actos está buscando la intimidación por lo que tienes que ser tan firme como calmada o calmado. En el artículo How to give kids consequences that work , sostienen que la consecuencia tiene que permanecer y si es necesario, aún habrá que aumentarlas en un momento más tranquilo.
Las consecuencias podrán observarse desde los valores que tú como padre escoges en casa. Si regresamos al objetivo que mencionamos en la introducción, que es el crecimiento y la autonomía del adolescente, también nuestras acciones se acotarán. A medida en que ellos ejerciten su albedrío y que las repercusiones naturales de ello sigan su curso constante (con tú ayuda), no tendrá sentido para ella, él o elle, ser el “rebelde” en casa.
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