¿Qué hago si mi hijo quiere jugar con muñecas?

Antes de que tomes ninguna decisión al respecto, mejor vamos a preguntarnos cómo influimos los adultos en las niñas y en los niños.

Por Tania Langarica

Las niñas y los niños juegan. Esta primera afirmación es hermosa cuando nos ponemos a pensar que no tenemos que enseñarles a jugar y que tampoco es a partir de los adultos que ellos aprenden cómo hacerlo, pues la relación que establecen con el juego es suficientemente vital para que lo ejerzan una y otra vez. Jugar se vuelve un artefacto a través del cual la niña y el niño recrean, entienden y aprehenden la realidad que viven, el contexto que se les presenta. Plenos en su crecimiento, escogen el juego y es aquí en donde se funda el potencial de su autogestión, como dice Anna Tardos en su texto El adulto y el juego del niño, “El niño, siempre que puede, juega(…). El juego le ofrece la posibilidad de resolver sus tensiones internas. Desarrolla su imaginación, le ayuda a observar, le permite conocer la vida de los adultos, su actividad, ejercitarla, incluso probarla.(…) Aun así, si el niño juega no es porque sabe que el juego le es útil, que le «prepara para la vida»; si juega es porque le gusta, porque es feliz; si juega es porque a través del juego realiza los propios deseos y aspiraciones.” 

Podríamos pensar incluso, que el juego es el campo más directo de acción de las infancias como grupo social. Esto último es muy importante: la sociología contemporánea exige que el concepto de la niñez sea redefinido. Como podemos atender en el ejemplo anterior, las niñas y los niños no son seres pasivos. Si bien son dependientes de los adultos que los rodean, ellos también influencian nuestro entorno y tenemos que ser cuidadosos para no influir negativamente en el suyo.

Como infancias, están viviendo una actualidad en la que hay más estímulos, más vías a la información, más opciones y definiciones sobre una misma cosa, más consciencia subjetiva e ideales como el de construir en comunidad. Lo que como adultos habría que revisar es qué modelos y personajes les sugerimos directa o indirectamente a nuestros hijos, cuáles son las características que quizá sin darnos cuenta hemos impreso sobre cierto objeto de juego y por qué.

A pesar de que hay juguetes que quizá en su origen fueron creados con una intención particular o maternal, como en el caso puntual de una muñeca, esto no tiene que ver con cómo el niño o la niña va a relacionarse con ella, ni con lo que representará en su dinámica de juego. Aún menos implicará que el juguete que elija un niño de sexo masculino, modificará o influirá su preferencia sexual.

La sociedad, con fortuna, ha ido rompiendo los estigmas que encierran al género masculino y al femenino en una vitrina, por lo que todos los productos resultantes de esta división tan forzada, a partir los rasgos que “le pertenecen a los hombres” y los que son “propios de las mujeres”, deben ser resignificados. 

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Si atendemos que dentro del significado de los símbolos con los que se relacionarán nuestros hijos, opera la diversidad, lo realmente necesario para no frustrar o limitar la conducta de los menores, es no imponer en su experiencia del juego o del juguete, nuestra visión —que suele ser más estrecha— del mundo. Esto es lo que apunta Elena Gianni, en su texto “Pistolas para los niños, muñecas para las niñas”, cuando dice que no es el origen del juguete el que le sugiere a los pequeños cómo relacionarse con él: “Cuando se da una muñeca o un animal de goma o de trapo a una niña chiquita, no nos contentamos con ofrecerla simplemente y permanecer observando qué hará, sino que se le muestra también cómo se la tiene en brazos y cómo se mece; esta demostración de “atención parental” no se le da a su coetáneo varón, porque mecer a los niños no entra en el patrimonio gestual de las manifestaciones afectivas de los varones”.

Podemos esforzarnos por ampliar la manera en la que percibimos la muñeca como juguete, el significado de los elementos que compondrán el juego de las niñas y los niños. Podemos permitir que ellos definan su entorno, siendo sólo agentes de ayuda en el momento en el que estén por reconstruirlo. El origen o la “tendencia” que un juguete tiene, es una carga limitante que nuestros hijos podrán o no encontrar en su universo particular. 

Aún atendiendo lo anterior, no podemos dejar absolutamente de lado que algunos juguetes modernos de nuestro contexto, en conjunto con la publicidad y otros elementos sociales, ya conducen la hora del juego. Así como menciona María del Carmen Martínez y Manuel Vélez en su investigación Actitud en niños y adultos sobre los estereotipos de género en juguetes infantiles, habría que considerar también el hecho de que muchos objetos de consumo no responderán a las necesidades educativas de nuestros hijos: “Los juguetes son un reflejo del mundo adulto. Sin embargo, estos objetos lúdicos no se corresponden con los ideales de igualdad de la sociedad actual, ya que sugieren ciertos valores, significados, aspiraciones y patrones de conducta estereotipados de cómo tienen y deben ser según su género”.

Vamos entendiendo por qué, entonces, una educación en casa con perspectiva de género, haría la diferencia a la hora de que las infancias se encuentran con objetos afines al imaginario sesgado y popular. La investigación antes citada incluye un estudio de campo en el que doscientos niños en edades de tres a siete años, son encuestados sobre si ciertos juguetes que se ponen a su disposición son hechos para cierto género. Los resultados señalan que los niños entre tres y cuatro años, ambos sexos, consideran que casi todos los juguetes son hechos sólo para ellos como niña o como niño, y mientras va aumentando la edad de los encuestados, la respuesta muta a ser de carácter neutro. Es decir, la mayoría de los menores encuestados, cerca de los siete años, consideró que los juguetes no son para un sólo género.

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Algunos padres, al sentir un compromiso muy fuerte por lograr que sus hijos se identifiquen con el género masculino o femenino, podrían estar fomentando resultados como los que vimos en los encuestados más pequeños, pero como podemos observar a través de este recorrido, los niños difícilmente serán beneficiados al atribuirle cualidades de género a sus juguetes. Recordemos que de igual manera, como escribe Izkra Pavéz en Sociología de la infancia: la niñas y los niños como actores sociales, “el individuo no sólo reproduce ese orden social, también lo recrea, lo innova e incluso lo subvierte.

Para concluir, en orden de importancia: (1) los niños no son receptores pasivos de la cultura, sino que la experimentan y reconstruyen para sí mismos durante su desarrollo, por lo que incluso está de más que un adulto imprima significados propios sobre los que ellos van construyendo; (2), en el jugar con muñecas hay una sugerencia más global para la experiencia del menor, como podría ser exaltar la responsabilidad, exaltar el autocuidado, exaltar el humanismo, y no necesariamente lo maternal o lo femenino; (3) nuestro entorno social sí genera productos sociales que quizá no empaten con los deseos educativos del padre, por lo que no está mal elegir ambientes no sesgados para los niños, o excluir aquellos que tiendan directamente a una lectura reducida del fenómeno, siempre teniendo en cuenta que serán ellos mismos quienes al final del día, activamente, discriminen cómo entienden su universo. 

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